Vaya por delante que las líneas que siguen son una opinión totalmente personal de lo que a mi me parece la última obra de Barceló y del arte del S.XXI en general. Dicho lo cual, supongo que muchos ya sabrán de que hablo, sí, de la última obra del mallorquín Miquel Barceló, el paradigma del nuevo arte a nivel mundial y que a mi no me gusta una leche nada de lo que hace.
Después de no se cuanto tiempo creando, Barceló presentó su obra para adornar la cúpula de la sala de los Derechos Humanos y la Alianza de las Civilizaciones de la ONU. 1.400 metros cuadrados pintados con 35.000 kilos de pintura tirada sin ton ni son con unos cañones para crear una serie de formas irregulares, como las estalactitas de una cueva. Simboliza “el fondo del mar, sus moradores, las dunas blancas y las olas agitadas”.
Muy bien, después de leer y escuchar todas esas cosas, me dispongo a admirar tan magnánima obra y no sé sí serán mis inexpertos ojos, pero yo nada más vislumbro mucha pintura de colores con un aspecto similar a las formaciones de una cueva. No me emociona, no tiene complicación técnica, no nada… eso sí, es de Barceló y cuesta 20 millones de euros.
El arte se ha convertido en otro campo de puro mercadeo, donde cuatro nombres copan el mercado, con cachés que uno no sabe muy bien de donde salieron. Y que jueguen a esto, me la suda, ahora bien, que lo hagan financiándolo a golpe de talonario con dinero de todos, eso ya no me hace gracia. ¿Cuantas cosas artísticas se podrían hacer con esos 20 milloncejos?. Y el colmo de todo llega cuando algún illuminati compara la cúpula de Barceló con la Capilla Sixtina del Vaticano, que ya hay que tener narices para hacer semejante afirmación.
Con todo, si algún lector es experto (que arte es ese que solo puede ser admirado por expertos?), que me explique donde está la gracia de la obra, porque yo solamente veo 20 millones de euros por 35.000 kilos de pintura tirados a presión contra un techo. Seré yo.