Desde hace varios años la tecnología ha cobrado cada día más relevancia como medio principal para nuestra interacción con el entorno. Sin embargo, así como le ha abierto la puerta a tantas facilidades y comodidades, también ha aumentado el riesgo de robo de datos y fraudes informáticos para las empresas. Esto significa consecuencias cada vez más costosas y destructivas, generando no solo la pérdida de credibilidad y daño a la reputación de las instituciones sino también un impacto financiero bastante alto como resultado de la filtración de datos en cada cibercrimen.
Según un informe de Kaspersky, en 2019 se registraron 45 intentos de ataques informáticos por segundo en America Latina, lo que representa pérdidas millonarias para el sector financiero mundial. Además, solo en México, y durante la primera mitad de 2019, fueron reportados 40 mil 928 robos de identidad cibernéticos y tradicionales, 23.5% más, con respecto al mismo periodo del año anterior, reportó la Comisión Nacional para la Protección y Defensa de los Usuarios de Servicios Financieros (Condusef). Esto sitúa a nuestro país en el octavo lugar mundial en este delito1, el único país de Latinoamérica que aparece en el conteo de las 10 naciones con mayor robo de identidad en el mundo2.
Es claro que, a pesar de los esfuerzos existentes para proteger el acceso a la información y datos personales, la seguridad en el mundo digital continúa siendo un área vulnerable. Actualmente las contraseñas ya no son garantía y es imperativo que busquemos nuevos métodos de protección de datos que reduzcan los riesgos que corren los clientes al momento de entregar información a su entidad bancaria de preferencia.
Ahora, si bien no existe un mecanismo que garantice 100% la disminución del riesgo al crimen cibernético, sí se ha comprobado que la multiplicidad de mecanismos de seguridad informática puede aumentar en gran parte las probabilidades de combatir estas situaciones y la capacidad de las empresas de poder brindarles a sus clientes mayor seguridad y confianza en el desarrollo de sus transacciones diarias.
Una combinación entre la biometría y la tokenización, por ejemplo, es una de las soluciones que continúa ganando terreno en el mercado de la seguridad informática.
Un dúo dinámico de seguridad bancaria
Los sistemas biométricos son un conjunto de tecnologías digitales que utilizan rasgos físicos de las personas como un medio de autenticación.
La tokenización, hace referencia a aquel mecanismo mediante el cual se reemplazan los datos y la información más sensible del titular de una tarjeta o medio de pago, por un token aleatorio que cambiará constantemente siempre que el usuario decida realizar una transacción.
Antes, al momento de realizar cualquier movimiento, los bancos solicitaban a sus clientes, una contraseña y/o el número de tarjeta. Sin embargo, estos procesos de autenticación han sido cada vez más vulnerados. En ese sentido, las instituciones financieras se han visto frente al reto de implementar nuevos recursos de seguridad que aprovechen los avances tecnológicos para integrar innovación a sus procesos, como lo son los sistemas de reconocimiento facial, de voz o de huella dactilar, combinados con un segundo factor de identificación como lo es la tokenización, que hacen más seguras las transacciones bancarias.
La incorporación de este tipo de soluciones biométricas y de tokenización permite que el usuario no tenga que recordar contraseñas y facilita que la información esté siempre protegida de cualquier ataque cibernético por suplantación de identidad, al tener la certeza de que siempre se emitirá un número de identificación diferente al que solo se tiene acceso a través del token. La combinación de herramientas que exijan y verifiquen la autenticidad del usuario, se posicionan entonces como una de las soluciones más eficientes y funcionales.
Sería poco realista afirmar que este es el fin de los crímenes cibernéticos. Sin embargo, la evolución de tecnologías como las anteriormente mencionadas y la capacidad de combinación que se puede realizar entre ambas, elevan en gran medida el nivel de confianza y tranquilidad que le pueden brindar las compañías bancarias a sus clientes, en una era donde los procesos digitales han cobrado completo protagonismo en la vida de cualquier persona.
Marcelo Fondacaro, COO de VeriTran