Una y media de la mañana y yo aquí, ante la ventana describiendo al mundo lo poco sensato que soy a veces. No olvido aún tu rostro extrañado de extrañar, con ansias de lanzarme más de un improperio, pero ya vez, tú siempre fuiste más sensata que yo.
Al final yo aquí, a la una treinta y cinco de la mañana y todavía más solo.