México enfrenta una decisión histórica: acelerar su transición a la energía solar y eólica podría reducir en 20% el uso de gas para 2030, ahorrar 1,600 mdd anuales y detonar más de 434 mil empleos.
- México depende en más de 50% de gas importado para su electricidad
- 46 GW en solar y eólica reducirían 20% el consumo de gas
- El despliegue generaría 434 mil empleos para 2030
Con más de la mitad de la electricidad basada en gas importado, un despliegue adicional de 46 GW renovables permitiría ahorros anuales por 1,600 millones de dólares, evitar la importación de 384 mil millones de pies cúbicos de gas y crear 434 mil empleos. El cuello de botella: permisos que hoy tardan hasta cuatro años.
México vive una paradoja energética: un país con uno de los mejores soles del continente depende, para más de la mitad de su electricidad, de gas natural comprado afuera, sobre todo en Estados Unidos. Esa “luz prestada” tiene costo y riesgo: precios que suben con cualquier crisis internacional y márgenes industriales que sufren cada pico. Un informe reciente de Ember puso el dedo en la llaga y, a la vez, en la solución: acelerar la generación limpia —en especial la solar— no solo es viable; es el movimiento más inteligente para blindar al país.
La ruta no requiere inventar nada. Para llegar a 45% de electricidad limpia en 2030, México debe sumar 46 gigawatts entre solar y eólica. Con ese despliegue, la generación con gas caería alrededor de 20% aun si la demanda nacional crece 15% en el mismo periodo. El impacto no es un eslogan: se traduciría en ahorros cercanos a 1,600 millones de dólares al año y en evitar la importación de más de 384 mil millones de pies cúbicos de gas. Menos exposición a la volatilidad externa, más estabilidad para hogares y empresas.
“La energía solar tiene el potencial de transformar regiones. Con la radiación que tenemos en México, podemos generar electricidad limpia y accesible al mismo tiempo que reducimos la dependencia del gas importado”, afirma Juan Miranda, CEO de Solar Change, empresa mexicana que desarrolla e instala proyectos solares para hogares, negocios e industria. Su argumento aterriza en el terreno: donde se instala un parque solar, se activa empleo, se contratan proveedores locales, se refuerza la red y, sobre todo, se deja de apostar la factura eléctrica al tipo de cambio y al precio del gas.
El dato laboral es quizá el más elocuente para cualquier comunidad que se pregunte qué gana con esta transición: alcanzar ese 45% de generación limpia detonaría más de 434 mil puestos de trabajo, 419 mil concentrados en la construcción de los proyectos y 15 mil permanentes en operación y mantenimiento. Es casi el doble de lo que se obtendría con un escenario de 36% limpio. La diferencia es desarrollo tangible: soldadores, técnicos, ingenieras de sitio, transporte, hospedaje; una economía moviéndose alrededor de la energía que producimos aquí.
El problema, hoy, no es la tecnología ni el capital. Es el tiempo que tarda el Estado en decir “sí”. Un proyecto renovable puede pasar hasta cuatro años atrapado entre permisos y ventanillas. En otros países, como Uruguay, ese ciclo se redujo a menos de 12 meses sin relajar estándares técnicos o legales. En un mundo donde el dinero global compite por destinos claros, México no puede darse el lujo de perder inversiones por una fila interminable de sellos. “Estamos ante una oportunidad que no se presenta dos veces. Hay recurso solar, talento técnico e interés empresarial. Lo que falta es una visión más ágil y decidida por parte del Estado para facilitar el camino”, subraya Miranda.
La discusión, entonces, trasciende la etiqueta “verde”. Se trata de soberanía: decidir si la próxima década la luz de nuestras casas y la operación de nuestras fábricas dependerán de un gasoducto externo o de nuestro propio cielo. Producir con nuestros recursos no es un gesto simbólico; es una póliza contra los sobresaltos del mercado y una base más sólida para crecer. México tiene las piezas sobre la mesa —sol, viento, capital y talento— y un cálculo que ya cierra en números y empleo. Falta moverlas con decisión.
El reloj corre. Cada mes que pasa con proyectos detenidos es energía que seguimos pagando al precio de otros. Con voluntad política, visión empresarial y participación ciudadana, México no solo puede ponerse al día: puede liderar la transición energética en América Latina. La pregunta dejó de ser “si conviene”. La noticia es que ya conviene, y la decisión es cuán rápido queremos encender nuestro propio futuro.